1. Ser, más que parecer
Hacer montaña significa vencer dificultades.
Es educativo, aumenta la confianza en sí mismo, pero no debe conducir aun
sentimiento de superioridad. Los montañistas no son una élite privilegiada,
sino simples seres humanos que tienen hacia sus familias y hacia la sociedad
los mismos deberes que los no montañistas. El montañismo no debe perder su
carácter de sana actividad de las horas libres. Además, la vida nos impone
tareas incomparablemente más grandes y más importantes que las de la práctica
del deporte.
2. Ver, observar, aprender
Toda verdadera comprensión es consecuencia
de la forma de ver y de captar. Esto exige interés, esfuerzo y experiencia. El
que mira a su alrededor sin tomar conciencia de lo que le rodea, no hace más
que descubrir superficialmente las cosas más esenciales; comprende poco y
aprende también poco. Se puede por ejemplo considerar la vegetación de montaña
bajo el aspecto de su color verde sembrado de manchas multicolores, las rocas
bajo su aspecto grisáceo y matizado y los alrededores montañosos como una
corona de picos anónimos, sin quedar por ello insensible a su belleza. Pero la experiencia será mucho más rica y perdurable si se toma plena conciencia de ella y se comprende aunque no sea más que en sus aspectos más visibles. Bajo cualquier aspecto que se presente, será mucho más interesante si se conocen sus características y su origen. El que tiene algunos conocimientos sobre las variedades de las rocas y de las plantas, sobre los animales y sus costumbres, el que puede decir algo sobre los habitantes de una región montañosa y sobre su historia y su cultura, no cabe duda que experimentará una satisfacción mucho más rica. Si conoces las montañas que te rodean – puede ser que sus nombres evoquen en ti experiencias vividas, recuerdos y esperanzas - vivirás más intensamente la grande y embriagadora experiencia del montañismo.
3. Prepararse
El éxito de una prueba de montaña depende de
su preparación. Las condiciones previas son: la habilidad técnica, el
entrenamiento, el buen estado físico y la aclimatación, así como un equipo
adecuado. A ellas hay que añadir además la capacidad de juzgar las condiciones
del desarrollo y del tiempo. Preparate
para la prueba en montaña física, espiritual y psicológicamente. Familiarízate
con sus características y sus condiciones particulares (es muy importante fijar
la ruta y el horario, anotar en caso de escaladas difíciles, los pasos más
fatigosos y eventualmente, los lugares de detención o de vivac, las zonas
particularmente peligrosas, las posibilidades de retroceso o de descenso) . No
olvidar nunca comunicar nuestros objetivo y la ruta prevista a nuestros
parientes más próximos, al guarda parque del refugio (eventualmente, al libro
del refugio) o a nuestros amigos.
4. Realizar lo que somos capaces
Esto implica dos cosas: a) No queremos reservarnos, sino ir hasta el límite de nuestras posibilidades. Una sana ambición es un elemento positivo. La satisfacción que nos produce la acción cumplida, por el valor de la acción en sí misma, da la verdadera medida. Presenciar las hazañas de un buen montañés, hábil y seguro, proporciona placer.
b) No exagerar. La capacidad es la medida de lo que nos está permitido, es decir, que si las condiciones físicas y psicológicas son malas, si la forma física en ese día nos es satisfactoria, hay que quedarse abajo. La insensatez no solamente pone en peligro a la persona que así actúa y a sus compañeros, sino también con frecuencia, a los que van a socorrerlos. No se puede asumir esta responsabilidad ni ante sí mismo, ni ante los padres o terceras personas que por esta causa se perjudican. Tomarse tiempo. Esta máxima es aplicable tanto antes de la prueba como, dentro de lo posible, durante la misma. Lo que no se ha podido hacer este año, puede hacerse más tarde.
5. Economizar medios artificiales
El que reseña una escalada en el libro de la
cumbre, la anota para sí mismo o la cuenta a sus amigos y camaradas del club,
reivindica el hecho de haber recorrido una determinada vía ya anteriormente
realizada. Es evidente que una renovación no es una hazaña del mismo valor que
la primera escalada. Pero, las dificultades características de la escalada de
esta o aquella vía, deben permanecer invariables. Del que la realiza por
primera vez se exige que sea razonable y del que la renueva que sea leal. No es
razonable, ni tampoco admisible para los que vengan después , intentar una primera
que represente un riesgo total. No es leal tampoco abrir una vía recurriendo a
medios artificiales ilícitos. Esto no es renovar una ascensión, sino
violentarla. Toda vía de escalada sembrada de seguros está desvalorizada, y por
ello, las vías deben conservarse o volver a adquirir lo más posible su estado
primitivo. La moral montañesa exige por tanto una verdadera competición
disciplinada de fuerzas midiéndose en condiciones intactas, que uno no tiene el
derecho de degradar. Aquel que no
escala lealmente debe hacérsele reflexionar y debe educársele. Como toda
libertad, la libertad de la montaña está también sometida a reglas morales que
excluyen la arbitrariedad y la deslealtad.
6. Tener el valor de renunciar
El que intenta una prueba en montaña, con o
sin equipo, debe estar también preparado para el regreso. El escalador debe
conocer la técnica del descenso. (Así, por ejemplo, el que prefiere la escalada
en roca puede tener que enfrentarse con ciertas dificultades durante sus
pruebas combinadas sobre roca y sobre hielo). Debe conocer la vía teórica para
juzgar, en caso dado, si es posible o sensato continuar la ascensión, utilizar
un paso lateral o resolverse por el regreso. En caso de necesidad, todos los
medios son buenos para salir de una pared o de una grave dificultad. Ciertas catástrofes se han producido porque la
decisión de retroceder se ha tomado demasiado tarde. Por ello, la cuestión de
la retirada debe ser incluida en primera línea en todas las consideraciones
sobre la montaña. Reconociendo a tiempo la necesidad de una retirada, no hacemos más que demostrar nuestro sentido de la responsabilidad. Vale más renunciar demasiado pronto, que demasiado tarde. Aunque no se haya conseguido alcanzar la cumbre, la prueba puede llegar a ser una aventura verdadera e inolvidable, porque en la mayor parte de los casos, la retirada implica la posibilidad del regreso y del éxito final.
7. Socorrer
En una región habitada, podemos ser
socorridos, en caso necesario, en cualquier momento. Pero en montaña no es así.
Existen desde luego, puestos de socorro, bases y patrullas de salvamento, pero
éstas no cubren más que una región muy limitada. El que se encuentra en
dificultades en montaña, se ve obligado a solicitar el socorro más próximo. Y
es por esto que todo montañista, todo senderista, debe estar siempre dispuesto
a ser capaz de socorrer un forma eficaz. Un curso de salvamento o por lo
menos de PRIMEROS
AUXILIOS, es una de las exigencias inexcusables de todo montañés activo. El peligro de otros es la señal de socorro inmediato, desinteresado y voluntario. Nadie debe contar nunca sobre la eventualidad de que el auxilio sea prestado por terceros, guías, profesores o miembros del servicio de salvamento. Pero, el apresuramiento en disponerse a prestar socorro, no debe ser tampoco ciego. La falsa valoración de sus propias capacidades y medios ha tenido ya, a pesar de la mejor voluntad, muchas consecuencias mortales. Para que el socorro sea coronado por el éxito hace falta discernir rápidamente cuáles son los métodos más eficaces. Hay que intentar ante todo establecer contacto con las personas en peligro, para determinar la naturaleza de la ayuda solicitada.
Con frecuencia es también oportuno constatar la forma en que puede llegarse hasta ellas. La decisión sobre la forma de intervención depende de la comunicación establecida con las personas a socorrer. El que por sí mismo es capaz de prestar socorro, debe hacerlo inmediatamente. En caso dado, una tercera persona, de la cual sea posible prescindir, deberá partir en busca de otros socorristas. Si existen pocas probabilidades de socorrer eficazmente y por el contrario, es posible llamar a otros socorristas, conviene hacerlo en el plazo más breve.
Raramente la vida y la muerte dependen tan estrechamente de la decisión justa y de la acción inmediata, como en los casos de salvamento en montaña.
8. Cuidar los refugios
Debemos una gran parte de nuestras
posibilidades de excursión a la existencia de los refugios. Nuestros
antecesores los construyeron con gran amor y a costa de grandes sacrificios. A
nosotros nos corresponde cuidarlos para nuestro uso y el de nuestros hijos,
debiéndolos considerar como bases de nuestras excursiones. Todo montañés sabe por propia experiencia que agradable es la estancia en un refugio limpio y cuidado y lo desagradable que puede llegar a ser si el refugio está sucio o mal cuidado. Por tanto es natural que el deportista de montaña se sienta responsable del estado de los refugios, muy especialmente de aquellos que no están dotados de un servicio de mantenimiento regular y de los refugios de cualquier índole.
Cuanto más contribuyamos al mantenimiento y limpieza de nuestros refugios más a gusto nos sentiremos en la montaña y menores serán los gastos de refugios que figuran en el presupuesto de las sociedades deportivas. El montañismo activo, la formación de los jóvenes, las expediciones y otras disciplinas útiles saldrán a su vez beneficiadas.
9. Proteger la naturaleza
Nos incumbe una seria responsabilidad en la
protección de la naturaleza. Todo lo que en ella nos proporciona hoy goce y
salud, no debemos dejarlo a nuestros hijos como si fuera un campo devastado. El
paisaje montañés es una de las raras regiones donde la naturaleza se encuentra
en estado primitivo. Esta "región inculta" debe ser protegida de una
supervaloración excesiva bajo la forma de caminos, funiculares, trenes, casas,
cercados, centrales eléctricas, industrias y otras muestras de civilización,
generalmente con fines lucrativos. Nosotros los humanos, tenemos necesidad de
disponer de algún espacio donde podamos estar solos frente a un mundo intacto y
sano, para poder encontrarnos a nosotros mismos. La montaña representa este
mundo intacto y así debe permanecer. Esta convicción encuentra su expresión práctica en las leyes para la protección de la naturaleza que todo montañés debería conocer. Además de la protección de animales y plantas, es preciso que nos preocupemos también por el estado de las cumbres y de los caminos que en modo alguno, no deben convertirse en depósitos donde uno se desprende de las latas de conserva vacías, botellas, papeles grasientos y otros desperdicios. El que esto hace, se extiende un certificado deplorable de ignorancia. Es tan sencillo transportar "vacío" al regreso todo lo que se ha subido "lleno", en caso de que no se prefiera enterrar todos los desperdicios bajo las piedras. Cuidad de que las montañas permanezcan limpias.
10. Ser tolerante
En la montaña somos ante todo hombre y no
miembros de una raza, nacionalidad, pueblo, religión, partido político, profesión o cualquier otro
tipo de agrupación. Hay muchas formas de hacer montañismo. La expresión
"montañés verdadero" o "auténtico" no es más que una frase
pretenciosa por la que ciertas personas tratan de imponer sus propias ideas. A
este respecto hay opiniones muy diferentes. Lo que distingue a los montañistas
unos de otros no es tanto su calidad como su individualidad. Unos consagran
todas sus hora libres a hacer excursiones por montañas. Otros no van a ellas
más que ocasionalmente. Este realiza con el mismo placer tanto un paseo por la
montaña, como un recorrido extremadamente difícil. A unos, las excursiones le
hacen conquistar las cumbres, mientras que otros se dedican a no conocer de la
montaña más que las paredes a escalar. Unos prefieren los montes, otros la roca, otros el hielo. Hay otros para los que el colmo del placer son las excursiones que les proporcionan ejemplares de hierbas o piedras para coleccionar. Pero todos pueden ser montañistas y ninguno lo es más que el otro.
El que no concede valor al montañismo moderado se coloca en el mismo nivel que aquel otro que, en el extremo opuesto, no ve más que lo rudimentario desprovisto de comprensión y de sentido para el "mundo sublime de las montañas" reside precisamente en el hecho de que cada uno puede buscar en ellas el placer a su propia manera.
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